La hija del médico





Él era un hombre sencillo. Pasaba el día trabajando en el campo, con la única compañía de una mula.
La vida le había brindado pocas alegrías. Quizás por ésto era hombre de pocas palabras, rudo, serio.
Tenía poca cultura, de la que se adquiere leyendo, quiero decir. No había tenido tiempo de ir a la escuela. Con ocho años, la complicada situación de su familia, le obligó a ponerse a trabajar.
Nunca se cuestionó nada, nunca tuvo sueños, nunca esperó nada más. Por eso, cuando la vio por primera vez, fue como abrir una ventana a otro mundo. Ella representaba todo lo que él no tenía. Con ella, por ella, empezó a soñar.
Ella había tenido la suerte de haber nacido en el seno de una familia con posibles. Su padre era médico, y en la época que le había tocado vivir, había una jerarquía universal, era una de las tres personas más respetadas en los pueblos. Por orden siempre iba primero el alcalde, luego el párroco y luego, indiscutiblemente iba el médico.
Había acabado la escuela, y ahora, sentada cada tarde a los pies de la ventana, hacía labores de costura y leía junto a su tata.
Encadenaba así la noche con el día, con la sola esperanza de formar su propia familia. Eso era lo que de ella se esperaba.
Los domingos, todo el pueblo acudía a misa, y a la salida, se paseaban por la plaza.
Él, tosco y parco en palabras, de lejos la miraba, y ella tímidamente, con los ojos le contestaba.
Como repuesta a esta mirada, él vio la licencia para visitarla. Tras la siesta, y con la fresca, se acercó a la ventana.
Allí estaba, para él, parecía un ángel que se entretenía entre hilos y puntadas. Al verlo tras el enrejado de la ventana se sonrojó y miró sin querer a la tata, que rápidamente, corrió parcialmente la cortina, lo justo para tapar su cara. Así, a través de ella, permitió que se hablaran.
Se dijeron poco más que sus nombres, y así, cada domingo, tras la misa, comenzaron a hablarse de amor, con la tata delante, siempre por la ventana.
Así pasaron las semanas.
A él, la promesa de volver a verla el próximo domingo, le hacía más liviana la carga del campo, y a ella, se le escapaba un suspiro cada vez que se acordaba.
Un día por fin, la tata, descorrió la cortina. Había llegado el momento de que hablasen cara a cara.
Él ya pensaba en boda, en trabajar para pagarla, iba silbando al campo y a veces, hasta cantaba. Ella, mientras tanto, seguía en la sala, bordando tras la ventana.
Un domingo, tras la misa, encontró la casa cerrada. Las marquesinas y las persianas, las puertas... Todo cerrado. Su niña no estaba bordando, donde se encontraba?.
No pudo preguntar a nadie. No encontró explicación, no entendía nada.
De camino a su casa, su cabeza daba vueltas, estaría enferma?. Es que ya no le amaba?.
Si algo le llegase a suceder a ella, no sabría como seguir viviendo. Ahora tenía sueños de futro, y todos, eran con ella.
El trabajo en el campo se volvió insoportable, se le hacían eternos los días, ya no tenía ilusión por nada. Que larga se hacía la semana, parecía que el domingo no llegaba.
Se enteró el miércoles por la tarde, un amigo se acercó a su casa. Se ha enterado que la joven ya no está en el pueblo.
Dice que la semana pasada, la tata, le contó al médico que su niña, se hablaba con un campesino por la ventana.
Eso era un disparate, cómo con su alcurnia iba a permitir semejante cosa?.
La ha mandado al convento mientras le encuentra un pretendiente acorde a lo que en su mente, pensaba que su hija merecía.
Con tristeza infinita, cogió los aperos y la mula, y con la cabeza baja, se dirigió a la era. Ahogaba en su garganta lágrimas de hombre, sentía en su pecho un dolor infinito, una sensación que nunca antes había sentido, pues nunca antes, había hecho un hueco en su corazón a nadie, nunca antes se había enamorado, y ahora ese hueco, se había quedado vacío.
Un novio con dinero, pensó, no podría ser de otra manera. Que podría haberle ofrecido yo, soy tan pobre...
Maldita sea mi suerte, maldita sea su estampa. Y entre penas y arreos, pasaba las jornadas.
Pasaron varios meses hasta que volvió a saber de ella. Le han dicho que ha vuelto al pueblo. El domingo iría a verla.
Desde el último banco de la iglesia la vio entrar. Pensó en morir allí mismo, así no podía verla. Blanca y radiante, del brazo de su padre recorría el pasillo hasta el Altar.
Que bella estaba. Las flores de su cabello la hacían parecer un ángel, qué digo un ángel, un hada!.
Bajo la cruz le esperaba el novio. Es el hijo del alcalde del pueblo vecino, le han dicho. Una familia adinerada.
Dos lágrimas corren por su cara, pues con tristeza amarga comprueba, que al pasar a su lado, no ha girado la cara, ni siquiera le ha mirado.
Habría sido un pasatiempo para ella?. Él de verdad la había amado.
No pudo quedarse a escuchar misa, salió cuando los demás entraban.
Y se fue a ahogar sus penas, donde solamente se sentía querido, a su campo, a su era, con su mula, la que no le engañaba, su compañera.
💜💜💜


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