El enemigo está dentro
El llanto era tan brutal que la congestión no le dejaba respirar. Gritos lastimeros le desgarraban la garganta. Se sentía menos que nada. No recordaba ni siquiera el momento en que perdió el rumbo de su vida, la alegría de vivir. En que momento comenzó a permitir que la insultaran?.
Era tan agudo el dolor que sentía, que ni la esperanza de vivir junto a su hijo le aliviaba el alma. Se avergonzaba de sí misma.
Le habían pisado tanto que tenía anestesiado el corazón.
Le habían hecho creer que su cuerpo era obsceno, que su compañía era vana y que su conversación era tan vacía, que resultaba innecesaria. Su vida en fin, carecía ya de sentido.
Levantó la cara del lavabo, la apoyó entonces en sus manos. Se obligó a observar su rostro. No le gustaba el reflejo que le devolvió el espejo. Los ojos hinchados y la boca desencajada. Las mejillas bañadas por dos ríos de aguas negras, presagiaban su nefasto destino.
Tomó entonces su larga melena con una mano, era el último signo de dignidad que le quedaba. Un recuerdo vacío de su perdida belleza. Sin compasión ninguna por sí misma cortó a ras de carne el cabello, como si eso sirviese para expiar sus penas.
-Ahora sí soy fea, se dijo.
Reivindicando así su depresión interna.
Anestesió entonces su dolor sin titubeos. Quería dejar de sentir, quería dormir para siempre. El sueño, hacía tiempo que se había vuelto su mejor compañero, con él se sentía libre, era el único momento en que no sufría. Dieciséis perlas blancas bajaron por su garganta. De sus labios surgía un murmullo...
-Perdóname hijo mío!, repetía.
Prefería ser para él un amable recuerdo que con el tiempo se disiparía, que un infame modelo a seguir. Le quería tanto, que ésto para ella era impensable.
Lentamente sus sentidos se adormecieron, pero en su mente de víctima pensó que no merecía una muerte dulce. Pensó que para expiar la culpa de su cobardía merecía sufrir un dolor agudo, poner de golpe fin a su vergonzante vida.
El cuchillo brilló antes de surcar su muñeca. Le sorprendió la dureza de la piel. Era impensable tal resistencia. Esa piel que tan fácilmente traspasaba aquel monstruo cuando la insultaba, se resistía ahora a dejar abrir sus carnes.
La sangre comenzó a brotar de las heridas y por fin, sus ojos comenzaron a dormirse. Perdió entonces el sentido. Ni siquiera el recuerdo de su hijo la despertaba. Ese pensamiento la atormentaba...
Hasta en este momento tan crucial en su vida tuvo mala suerte. Quiso la mala fortuna que la reanimaran.
Cuando abrió los ojos, un profundo dolor le oprimía el pecho. No lo había conseguido. Sintió de nuevo, que aquel cuerpo seguía siendo la cárcel de su alma. Y allí de pie, su monstruo le observaba.
-Esto es culpa mía, le dijo.
Ni siquiera esta muestra de sincero arrepentimiento le hizo sentir que algo en su vida había cambiado, que había un ápice de esperanza.
No pudo hablar. Una sonda entraba por su nariz, y bajaba por su garganta. No podía mirarle, no podía mirarse. Fueron horas duras. Además de la decepción por no haber conseguido su objetivo, sentía además vergüenza.
Que le diría a su hijo?.
Le dolería para siempre no haber sido suficiente?.
No habia sido valiente.
Había sucumbido a la pena.... Y la pena arrastra.
💜💜💜
Me encantaría que formases parte de mi caos. Me sigues?
Le habían hecho creer que su cuerpo era obsceno, que su compañía era vana y que su conversación era tan vacía, que resultaba innecesaria. Su vida en fin, carecía ya de sentido.
Levantó la cara del lavabo, la apoyó entonces en sus manos. Se obligó a observar su rostro. No le gustaba el reflejo que le devolvió el espejo. Los ojos hinchados y la boca desencajada. Las mejillas bañadas por dos ríos de aguas negras, presagiaban su nefasto destino.
Tomó entonces su larga melena con una mano, era el último signo de dignidad que le quedaba. Un recuerdo vacío de su perdida belleza. Sin compasión ninguna por sí misma cortó a ras de carne el cabello, como si eso sirviese para expiar sus penas.
-Ahora sí soy fea, se dijo.
Reivindicando así su depresión interna.
Anestesió entonces su dolor sin titubeos. Quería dejar de sentir, quería dormir para siempre. El sueño, hacía tiempo que se había vuelto su mejor compañero, con él se sentía libre, era el único momento en que no sufría. Dieciséis perlas blancas bajaron por su garganta. De sus labios surgía un murmullo...
-Perdóname hijo mío!, repetía.
Prefería ser para él un amable recuerdo que con el tiempo se disiparía, que un infame modelo a seguir. Le quería tanto, que ésto para ella era impensable.
Lentamente sus sentidos se adormecieron, pero en su mente de víctima pensó que no merecía una muerte dulce. Pensó que para expiar la culpa de su cobardía merecía sufrir un dolor agudo, poner de golpe fin a su vergonzante vida.
El cuchillo brilló antes de surcar su muñeca. Le sorprendió la dureza de la piel. Era impensable tal resistencia. Esa piel que tan fácilmente traspasaba aquel monstruo cuando la insultaba, se resistía ahora a dejar abrir sus carnes.
La sangre comenzó a brotar de las heridas y por fin, sus ojos comenzaron a dormirse. Perdió entonces el sentido. Ni siquiera el recuerdo de su hijo la despertaba. Ese pensamiento la atormentaba...
Hasta en este momento tan crucial en su vida tuvo mala suerte. Quiso la mala fortuna que la reanimaran.
Cuando abrió los ojos, un profundo dolor le oprimía el pecho. No lo había conseguido. Sintió de nuevo, que aquel cuerpo seguía siendo la cárcel de su alma. Y allí de pie, su monstruo le observaba.
-Esto es culpa mía, le dijo.
Ni siquiera esta muestra de sincero arrepentimiento le hizo sentir que algo en su vida había cambiado, que había un ápice de esperanza.
No pudo hablar. Una sonda entraba por su nariz, y bajaba por su garganta. No podía mirarle, no podía mirarse. Fueron horas duras. Además de la decepción por no haber conseguido su objetivo, sentía además vergüenza.
Que le diría a su hijo?.
Le dolería para siempre no haber sido suficiente?.
No habia sido valiente.
Había sucumbido a la pena.... Y la pena arrastra.
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