Lamasería


Cada día sin falta, debía estar dentro del Templo de la Diosa de la Armonía cuando sonaba el primer tono del gigantesco gong. El olor dulce y empalagoso del incienso de magnolia se le pegaba a la garganta y le provocaba ataques de tos que estaba obligado a aplacar. El hipnótico ritmo de los mantras aprendidos como letanías y repetidos hasta dejar seca su boca, adheridos a su tejido neuronal desde que tiene memoria, hacía tiempo que no cumplía su misión. 

El frío suelo de la desnuda sala seguía helandole los pies tanto como el primer día, esa era una de las pocas cosas a las que no se había llegado a acostumbrar nunca, por muchos años que pasara en aquella montaña, su escuálido cuerpo jamás había sido capaz de entrar en calor cuando se encontraba en el Templo. El cuenco de arroz blanco que le alimentaba cada mañana le sabía a gloria, y la triste sopa que le calentaba cada noche, literalmente le transportaba al Nirvana. 

El despertar del Tercer Ojo, la energía Kundalini ascendiendo por su columna, la proyección Astral, la lectura de las Mentes y la Adivinación eran sus metas, para ello le habían traído, para ello fue elegido. La Iluminación era el objetivo de todo aquel que deseaba vestir la túnica azafrán, pero de él se esperaba aún más, debía ser perfecto, debía ser la reencarnación del Dalai. 

No recordaba a su familia, había perdido sus recuerdos como había perdido la niñez. La madurez que demostraba con tan sólo doce años asustaba, pero desde hacía algún tiempo había comenzado a hacer lo que nunca nadie se había atrevido, se había rebelado. 

Dentro de sí mismo tenía preguntas que nadie contestaba, dudas que ninguna oración calmaba, necesitaba relacionarse con gente de su edad, hacer cosas que hace la gente de su edad. Algo le llevaba a romper las estrictas normas y horarios. Una voz en su cabeza le decía que aquello no estaba bien, qué Dios en sus cabales arrancaría la niñez, la inocencia a un crío desde los tres años y se regocijaría en hacerle pasar frío, hambre y miedo?. Definitivamente, algo fallaba en el sistema que se habían montado aquellos monjes y él era el primero que se había atrevido a desmontarlo. 

La minúscula sala donde le habían encerrado apenas medía metro y medio, lo justo para que cupiese un camastro. Por debajo de la puerta le seguirían pasando el cuenco de arroz de la mañana y la sopa de la noche. Ya no tendría que acudir a los rezos obligados en el Templo de la Diosa de la Armonía. 

Pasadas unas semanas el aburrimiento, la falta de compañía, el no tener nadie con quien hablar le hizo comenzar a rezar en soledad. Empezó recordando mentalmente los mantras y acabó rezando a viva voz, se estaba volviendo loco. Miraba ensimismado los dibujos y las letras de las paredes. Estaban hechos con hendiduras, quizás con las mismas cucharas con las que se comieron la sopa los que allí habitaron antes que él. 

Acaba de caer en la cuenta, no había sido el primero en rebelarse, ni siquiera en protestar. Cual sería el futuro que le esperaba encerrado en una minúscula celda de un Monasterio perdido en el Tíbet?. La posibilidad de la respuesta le trastornó... Comenzó entonces de nuevo a murmurar la letanía, y eternamente encogido rezó, esperó y murió. 

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