La barra del bar









Odia cuando el reloj da las tres de la mañana. Es cuando ya han echado a los borrachos de todos los garitos y se reunen allí. Su jefe le tiene dicho que si le dan problemas llame a la policía, pero que bajo ningún concepto deje de servir alcohol a nadie, vive de eso. Es también la hora en que descansa la cocina que no reanuda su marcha hasta las seis. De manera que de tres a seis siempre está sola. Los ha visto ya de todas formas y colores, altos, bajos, gordos, flacos, babosos, impertinentes, violentos y depresivos. Por la barra donde Erika sirve copas los siete días de la semana, han pasado ya todos los colores del arcoiris y todas las letras del abecedario, cuatro años dan para un montón de historias. 


Ser mujer de pocas palabras y mucho estómago le ha facilitado la permanencia en el puesto, no puede recordar cuantas camareras han pasado por allí antes que ella. Nunca ha llegado a pasar miedo y eso que ocasiones nunca le han faltado, pero el mero desprecio que siente por su propia vida, le hace plantar cara con tanto desparpajo, que espanta al más "pintao" con una mirada y dos palabras. Tampoco ha tenido que rechazar a muchos con aspiraciones sentimentales, pensándolo bien, sentimentales a ninguno, sexuales a unos cuantos, y no es porque le sobren pretendientes, sino más bien por el estado físico ruinoso de los susodichos. Recuerda vagamente un novio que tuvo en el instituto, un amor pasajero que no le sirvió ni siquiera para perder la virginidad, y después de él, uno o dos pipiolos que apenas le duraron dos asaltos. Así que haciendo memoria, podría decir de sí misma, que aún está a tiempo de llegar virgen al altar.... 

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