Okakura



El aroma a vainilla y té se les quedaba impregnado en la ropa. El raído tejido que en otra época les resguardó del frío, les servía ahora a malas penas para cubrir sus vergüenzas. En la ladera empinada del Okakura, danzaban al unísono niños y mayores. La exhaustiva jornada era igual para todos, los ancianos caían antes. La recompensa les llegaba en forma de arroz blanco, un escueto puñado que apenas les llegaba para recuperar a medias la fuerza y a medias llenar sus estómagos. Hace tiempo que la noche no era suficiente para calmar sus dolores, para calmar su llanto. Con cada amanecer regresaba el tirano y reiniciaba el calvario. Cada grito les recordaba que no les quedaba esperanza, cada golpe les reforzaba el deseo de un pronto final. Ya no recuerdan cuando fue la última vez que desearon ser libres, les habían robado hasta las ganas de soñar. Las delicadas hojas del té cortaban la piel de sus manos, su liviano peso se volvía plomo en las espaldas. La promesa de un cielo no era suficiente, pero aún así, la bondadosa sonrisa del Buddah les contemplaba desde la cima del Okakura.
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