La pluma del papagayo





Era como observar la perfecta ejecución de una pieza al ballet ruso.
Que belleza sentir la suavidad con que pulsaba las teclas de su antigüa olivetti.
El ritmo hipnótico de su código morse particular llenaba cada rincón del estudio.
Junto al suave aroma de las flores recién cortadas, creaban la atmósfera perfecta.
Siempre le gustaron los Iris. Pensaba que el fresco malva y verde que se ahogaba en el búcaro de cristal, contrastaba perfectamente con el apagado gris de las paredes.
-Tengo que repintar la casa, pensaba. Nunca me gustó este color tan triste.

Quizás era ese el motivo oculto por el cual su mascota era un papagayo. Una enorme ave con los colores del arcoiris, cuya jaula acaparaba buena parte del espacio de la pequeña sala. Zacarías vivía con la puerta abierta, pero nunca salía de su prisión sin que ella se lo pidiera. Sólo comía pipas, y no, no hablaba, solo había aprendido a reproducir con total exactitud, el soniquete que la olivetti hacía al trabajar.

El café se le había enfriado en la taza. Hacía horas que no comía. Llevaba tanto tiempo sin moverse de la silla, que a ratos, se le dormían las piernas. Sus dedos acariciaban las teclas con tanta precisión y velocidad, que bien podrías estar observando a un pianista ejecutando una obra maestra. Las palabras acudían a su cabeza de manera incontrolada, un flujo constante y vertiginoso de ideas, como una pieza que movía su alma, provocaba a su vez un raudal de sentimientos que aceleraba su corazón.
Zacarías tenía hambre, pero nunca saldría de su jaula.

Una frase le llevaba a otra. Tenía ya claro el final de la historia en su mente, pero aún faltaban muchas páginas por escribir. Sentía el latir frenético de las venas de su garganta, una jauría luchaba por salir de su pecho. Tenía las pupilas dilatadas y el pulso acelerado. Una dosis más de su droga habitual, y podrá acabar el relato. Pero lo que que no sabe es que el caballo elegido le hará perder la carrera.

Su todavía joven corazón no aguantaría la presión. Eran muchas sensaciones, mucha química y poca cabeza. Un sudor frío le anticipó el fin. Sus manos cesaron de teclear y su vista quedó fija en el folio inacabado. Apoyó bruscamente la frente sobre su vieja compañera. Se acabó el relato, ya no habría perfume en el ambiente. Se secarán las flores en búcaro pues ya nadie refrescaría el agua que las alimentaba. Pero seguía escuchándose el teclear hipnótico, el eco de sus dedos se reproducía ahora en la garganta de su mascota. Zacarías tenía hambre, pero nunca saldría de su jaula, pues ella, ya no se lo pediría...
💜💜💜


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