Las alas de Isis




Desde niño tuvo siempre en mente la imagen de un escarabajo alado. No sabía porqué, pero le fascinaba este mítico animal, tanto que cuando tuvo edad se lo tatuó. Pero no eligió un diseño discreto, pequeño y en un lugar poco visible, no, se lo tatuó a modo de pulsera alrededor de la muñeca.
Con la misma intensidad que adoraba a este coleóptero, tenía dos fobias. Odiaba más que otra cosa en el mundo la arena y los espacios pequeños.
Cualquier persona no tendría problemas en su día a día con ellas, pero para rizar el rizo, su sueño era ser arqueólogo. Qué ironía verdad?. Un arqueólogo haciendo a diario verdaderos ejercicios de fe para poder trabajar.
A pesar de estos dos hándicaps sacó la carrera con nota, y no tardó en encontrar trabajo en una empresa, subcontrata de un gran museo.

Pasados los 36 años le llegó la oportunidad con la que siempre había soñado.... Se iba a Egipto!. 
El museo había contratado una excavación de un año. Con el subidón y los preparativos, no tuvo tiempo de acordarse de la odiada arena hasta que estuvo en el avión... Durante el vuelo no paró de darle vueltas, pero tenía claro que no iba a permitir que nada, ni siquiera su cabeza, le aguase la fiesta.

Todo era tal y como había imaginado. Espectaculoso, fantasticular... Se inventaba palabras pues no existían las que pudiesen describir lo que percibían sus ojos.
En la excavación todo iba a un ritmo frenético. Salvados los primeros días de toma de contacto, tocaba ahora arremangarse y ponerse manos a la obra. Todo iba bien, trabajaba con botas y así la arena no resultaba ser ningún problema, de momento.

El grueso de la expedición había encontrado hacía unos semanas, lo que parecía ser una tumba. Pasaron varios meses fotografiando e inventariando todos los objetos hallados. Pero de momento él no había tenido que bajar.
Dos voces peleaban en su cabeza, una que deseaba bajar ya, y otra que se negaba en redondo.

Parecía ser un día idéntico a los demás, la verdad es que no tenía nada de particular.... Hasta que le dijeron que era el momento, tenía que bajar a la tumba.
Como un niño nervioso se puso a sudar, no sabía si era de excitación o de pavor.... Pero bueno, había llegado hasta allí, así que valor y a al toro.

Dentro del pasadizo había una buena temperatura, bastante más fresca que en el campamento a pleno sol y el interior afortunadamente, no era tan estrecho como había imaginado...
Del pasadizo de bajada pasaron a la estancia donde se hallaba el sarcófago. El aire en la recámara estaba tan viciado que era irrespirable.
Los trabajos allí adentro estaban bastante adelantados.
Tal y como le habían contado sus compañeros, la habitación estaba perfectamente conservada a excepción de la esquina, su esquina.... Para eso le habían llamado.

"Su esquina" constaba de una columna con capitel que simulaba hojas de palmera y sicomoro, que conservaba por completo su policromía. Los jeroglíficos de la base estaban destrozados... Una enorme y antigüa grieta los partía por la mitad.
Una pequeña montaña de escombros cubrían los objetos del ajuar funerario que se encontraban allí. Por dicha grieta había entrado arena, maldita arena pensó él, que se derramaba por el suelo como si fuese oro líquido. Mientras la arena no entrase a raudales no habría problema.... Y se puso manos a la obra.

Con sumo cuidado comenzó el trabajo que le habían encargado. Pincel, linterna, cámara, lápiz y papel eran sus herramientas... Y así fueron pasado las horas. Este trabajo le fascinaba...

Algo llamo su atención, tras la grieta parecía haber algo, es decir, no había nada. Y era esa nada lo que le alarmó. No había pared, estaba hueco. Sería posible otra cámara detrás de la principal?. Con sumo cuidado, ayudado por un par de compañeros, abrió un orificio suficientemente grande como para que cupiese un hombre. Y ese hombre, sin remedio era él.

Sacó fuerzas de donde no pensaba que las tenía y reptó a través del minúsculo agujero. El hueco era bastante alto y pudo ponerse en pié. Era alto pero estrecho, parecía simplemente una doble pared. Con la linterna fué inspeccionando a su alrededor, a malas penas pudo darse la vuelta, era casi tan estrecho como sus hombros y cuando pudo, no sin problemas enfocar la linterna, los huecos ojos de una calavera le observaban con una grotesca mueca... Llamó al Altaisimo con un horripilante grito y notó que la claustrofobia le robaba el poco aire que quedaba atrapado en aquella oscuridad... No podré salir, no podré salir... Le calmaron desde afuera, respira, no puede hacerte nada... tienes aire, no pasa nada. En unos minutos se recompuso y pudo volver a mirar. Su cuerpo estaba agarrotado y como un niño que piensa que si cerraba los ojos nada le podría pasar, fue consciente de la fuerza con la que estaba cerrando sus párpados.
Tuvo entonces una visión completa del esqueleto. Aquel hombre había muerto emparedado. La calavera tenía la mandíbula desencajada. Carecía por completo de cabello. Su cuerpo, ya huesos, estaba cubierto por una deshilachada tela que en su tiempo habría sido lino. Los pies se hallaban descalzos...
No debía ser nadie de la nobleza pues se hubiese enterrado en un sarcófago, tenía pinta de ser un ladrón de tumbas al que la muerte sorprendió en plena faena.
Lo que pudo observar, es que a pesar de parecer de estatus bajo, el individuo llevaba una joya. Sería seguramente fruto de algún anterior saqueo.
No pudo más que alucinar cuando descubrió que la joya, era un brazalete en su muñeca y el brazalete, era un escarabajo alado... No lo podía creer, no podía parecerse más a su tatuaje... Y tuvo que tocarlo para comprobar que era real. Al tocarlo, una descarga le sacudió de pies a cabeza... Se sintió mareado.

-Eran las 12 del medio día, el sol quemaba como nunca. Debía darse prisa si quería estar de vuelta antes de que oscureciese. Era peligroso adentrarse en el desierto de noche y solo. No le costó encontrar la marca que había dejado varios días antes. Hoy volvía con las herramientas adecuadas.
Le había costado bastante sobornar al soldado para que le diera las indicaciones adecuadas y poder así encontrar la tumba. Por ese precio, también haría la vista gorda durante el saqueo. Tan solo esperaba que le valiese la pena, desde que reinaba la nueva dinastía, la vida se había vuelto más dura, sobre todo para los ladrones de tumbas como él. Le llevó varias horas retirar las piedras que dejó para tapar provisionalmente el agujero por el que se adentraría en la cámara funeraria.
La túnica de lino blanco era fresca y le aíslaba levemente del calor abrasador. Con tan espectacular esfuerzo, tan sólo esperaba que el gobernador, hubiese sido enterrado junto a un suculento tesoro.
Una vez dejó al descubierto el agujero, comenzó a deslizarse por él. Era más profundo de lo que esperaba...
Pensándolo bien, no sabía si iba a poder salir de nuevo por allí. Quizás hubiese sido más inteligente haber traído a alguien con él, pero eso hubiese supuesto tener que repartir las ganancias. Sabía de lo que hablaba, del último saqueo a medias solo le quedaba el brazalete que llevaba en la muñeca. Era una pieza especial, no quiso deshacerse de ella pues pensaba que adorar al escarabajo, le daría suerte en su siguiente trabajo.
Una vez tocó el suelo con los pies, sacó una tea que llevaba oculta bajo la túnica, y no sin esfuerzo logró encenderla. Apreció entonces que el hueco era tan estrecho que casi tocaba con ambos hombros las paredes, casi no podía moverse.
No sin dificultad sacó una herramienta y comenzó a picar.
No había dado demasiados golpes, cuando notó que la pared que daba a la recámara cedía... Bien!. Pensó... Vamos allá.
Alentado por su pequeños avances, picaba cada vez con más entusiasmo cuando sintió que el hueco en donde se encontraba, comenzaba a derrumbarse por lo menos por dos lados más. Comenzó a sentir pánico, le estaba cayendo arena sobre la cabeza. Miró entonces hacia arriba y comprendió que aquel era su fin. Una cascada de arena que se asemejaba al oro líquido, le estaba empezando a cubrir.
No se podía mover, no podía ni gritar, sus pulmones ya no se llenaban de aire, nunca antes había probado el sabor de la arena. Aquella sería su tumba...-

Cuando pudo reaccionar, su mano seguía sujetando aquel brazalete. Volvió a abrir los ojos, pero al mirar esas cuencas vacias, ya no vió un esqueleto desconocido...
💜💜💜

Me encantaría que formases parte de mi caos. Me sigues?

Twitter @_lasonambula
Instagram @_lasonambula
                    @greta_y_sus_mundos 
Facebook La Sonámbula
YouTube La Sonambula
Pinterest @la_sonambula
Wattpad @LaSonambula









Comentarios

Entradas populares de este blog

Tangata Manu (el hombre pájaro)

Mi querido Stoff

No hay perro que me ladre